Desde el punto de vista surrealista, una obra no puede construirse, ni un individuo transformarse, sin la ayuda del amor. Max Ernst mantuvo relaciones serias con mujeres intelectuales y muy cultas, a las que consideraba en gran medida como iguales. Los cuerpos femeninos representados por Ernst se caracterizan en su mayoría por una marcada sensualidad, que se entremezcla con la dimensión del mito, el cosmos y los reinos animal, botánico y mineral, pero también con figuras mecánicas. Su imaginario corporal, definido por la ambivalencia y el contraste, queda perfectamente reflejado en la extensa novela collage de 1929 La femme 100 têtes (La mujer de las 100 cabezas), que puede considerarse todo un manifiesto visual del Surrealismo. El título original revela inmediatamente su ambigüedad semántica en francés: como homófono, la expresión «100 têtes» puede significar por igual una mujer «de cien cabezas», «sin cabeza», «testaruda» o «chupasangre». La femme 100 têtes se convirtió en la fuente de inspiración del mediometraje homónimo de Eric Duvivier casi cuarenta años después, en 1967. La película representa una adaptación libre de los collages de Ernst, mediante una puesta en escena con actores, decorados y superposiciones diversas.