Para el arte surrealista, la cuestión de la realidad, planteada por André Breton en el Manifeste du surréalisme publicado en octubre de 1924, es al mismo tiempo una cuestión de realización práctica. La búsqueda de un método artístico adaptado a la «escritura automática» de los poetas da inicio a una nueva fase experimental en la obra de Max Ernst.
Esta investigación le lleva directamente al laboratorio de la Naturaleza.
Los materiales básicos —tablones de madera, paja tejida, mallas metálicas, trozos de revoque en bruto, lienzos, hojas y cuero estriado— se extraen de las estructuras a las que pertenecen y se utilizan en nuevas composiciones para crear un lenguaje visual imaginativo y fantástico.
A partir de 1925 realiza más de 130 dibujos en los que predomina la técnica del frottage.
La secuencia de los treinta y cuatro grabados de Historia natural representa un rico repertorio de soluciones e invenciones en el que el artista visualiza su cosmogonía, parafraseando de esta forma el relato bíblico de la Creación. Al igual que en el Génesis, aparecen primero los cielos, la tierra y las aguas, seguidos por la luz y las tinieblas; luego, las plantas, los animales del campo, los peces y las aves, y, finalmente, Eva.
Son cinco las áreas temáticas.
Las fuerzas naturales y los espacios cósmicos son los protagonistas de las escenas iniciales.
La parte más consistente de la serie presenta paisajes vegetales y espacios fósiles.
El reino vegetal se transforma en reino animal en un tercer grupo en el que aparecen quimeras y otras criaturas.
El ojo visionario constituye una cuarta área temática.
Si La rueda de la luz muestra un ojo aislado sobre un fondo de piedra que corresponde a las superficies fósiles del segundo grupo, la quimera pájaro-pez de El fugitivo está ligada al tercer grupo, mientras que el Sistema monetario solar está unido a los espacios cósmicos del primer grupo.
La serie concluye con Eva, la única que nos queda, dedicado al motivo dicotómico de la mujer visible (la cabeza y los hombros) e invisible (el rostro). Junto con el ojo visionario, esta figura es también un emblema de la visión y del arte surrealista tout court.
Es significativo que Adán quede excluido de la creación surrealista de Max Ernst.